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‘Debemos creer que podemos cambiar el mundo drásticamente’

Un relato sobre cómo la protesta obliga a que las personas en el poder tengan que enfrentarse a las injusticias que su sistema creó

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Esta página fue publicada hace 4 años. Encuentre lo último sobre el trabajo de Earthjustice.

Isabel Valentín es una activista ambiental de 17 años que vive en Viejo San Juan, Puerto Rico. Actúa como miembro del equipo de logística del US Youth Climate Strike. Su historia es parte del proyecto de Earthjustice Lit, que sirve para inspirar acción y alcanzar un mundo más justo, elevando las historias de aquellos y aquellas luchando por la justicia climática.

La primera vez que me lanzaron gas lacrimógeno tenía mis brazos alzados con las palmas de mis manos en dirección hacia la abrumante fuerza policiaca delante de mí. Estaba anocheciendo, algo que los puertorriqueños aprendieron como “la hora de dormir” de la constitución. Se convirtió en un chiste de mal gusto: tan pronto anochecía, la agresión policiaca aumentaba y nuestros derechos civiles se violentaban.

La policía avanzaba por las calles enladrilladas del Viejo San Juan, confiada de que la oscuridad ocultaba todos sus crímenes ante nosotros y nosotras, personas a las cuales juraron proteger. Recuerdo preguntarme “¿cómo los puertorriqueños podían tornarse contra nosotros y nosotras como si fuésemos sus enemigos, cuando éramos todos víctimas de la misma negligencia?” Se supone que estuviéramos todos unidos en la lucha contra Ricardo Rosselló, cuya ineptitud y maltrato contribuyó a las miles de muertes tras los huracanes Irma y María, y dejó al archipiélago puertorriqueño destrozado. A pesar de esta lamentable realidad, se sentía como si la policía estaba allí para defender a Rosselló: nos golpeaban con sus macanas, disparaban balas de “goma”, nos lanzaban gases lacrimógenos y aerosol de pimienta.

Los medios y gobernantes a menudo se burlan de los manifestantes por no emplear los “métodos correctos” para efectuar un cambio. Recomiendan siempre votar o llamar a representantes gubernamentales como un método efectivo para impulsar el cambio. Aunque suena bonito e ideal, la realidad es que, a las comunidades más altamente impactadas, en su mayoría negras, indígenas y otras de color, se les dificulta funcionar bajo un sistema anclado en el capitalismo, colonialismo e imperialismo.

El sistema nos sigue fallando una y otra vez. Que no haya equivocación; esto no es porque el sistema está “roto”. El sistema funciona exactamente como estuvo propuesto: a favor de las personas blancas y ricas, y en contra del resto — es decir, personas como yo.

En las semanas previas a la renuncia de Ricardo Rosselló, los ciudadanos puertorriqueños lucharon por su derecho de librarse de un gobernante que no valoraba nuestras vidas. Cuando Rosselló finalmente renunció, se hizo justicia.

Falta aún más. Después de todo, la ineficiencia y negligencia tras los huracanes Irma y María no fueron producto de un hombre, sino de una administración y de un sistema.

Por décadas, Puerto Rico ha vivido bajo el mando del colonialismo estadounidense y de administraciones corruptas que hacen caso omiso a las necesidades que sufre el pueblo, además de que nos tratan como ciudadanos y ciudadanas de segunda clase– o peor. Todo con la intención de lucrarse de la necesidad puertorriqueña, para satisfacer su propia insensibilidad –ya sea a través del uso de leyes y tácticas políticas para disminuir la voz del pueblo o burlarse de las muertes y el sufrimiento de aquellos gravemente impactados por los “huracanes perfectos”. Es evidente que el gobierno nunca enfrentará los problemas que ha causado– al menos que sea obligado. Aplicó esto a la renuncia de Rosselló, y continúa aplicando a la crisis climática.

Al crecer en Puerto Rico, siempre supe que es poco probable que el amor de mi vida, el archipiélago boricua, sobreviviese a nuestro mundo cambiante, donde los años venideros nos azotarán con inundaciones, erosión y huracanes. Cuando tenía ocho años, aprendí sobre cómo las emisiones de carbono elevan la temperatura global, haciendo que el hielo en la Antártida se derrita y el nivel del mar aumente. Aunque nadie lo dijo, hubo una comprensión tácita de lo que les sucede a los pequeños trozos de tierra rodeados de agua cuando los niveles se elevan. Y cuando esa masa de tierra está habitada por comunidades negras, indígenas o de color como yo, la situación es aún más precaria para los y las habitantes del archipiélago.

Era demasiado joven para reconocer todos los efectos de la crisis climática y el racismo ambiental en Puerto Rico, pero tenía la edad suficiente para preocuparme. Los huracanes Irma y María reemplazaron esa angustia con un encuentro personal con la crisis climática que me obligó a enfrentar el empeoramiento de la situación de la isla.

Después de los huracanes Irma y María, recuerdo que empecé la escuela antes de que hubiera agua corriente y electricidad en mi casa, haciendo tareas a la luz de una vela para luego bañarme con un balde. En muchos sentidos tuve suerte; muchos jóvenes perdieron un promedio de 78 días de clase y no tuvieron escuela a la cual regresar. Mientras tanto, mis amistades y mi familia luchaban por tener acceso a alimentos y medicamentos necesarios. Nuestra supervivencia estaba en juego y no teníamos más remedio que salir a la calle a luchar por nuestros derechos.

En 2019, mis compatriotas se unieron a millones de personas alrededor del mundo para hacer un llamado sobre la crisis climática. Conocido como Global Climate Strike, el evento fue dirigido por jóvenes y se centró en su experiencia como la primera generación que sentirá los efectos de la crisis climática. A diferencia de ellos, los puertorriqueños no anhelamos un futuro habitable. En cambio, exigimos un presente habitable, que a su vez es una de las primeras víctimas de la crisis climática.

Como jóvenes de comunidades marginadas, no deberíamos estar en la primera línea de defensa. No es nuestro trabajo ponernos en riesgo para salvar a la humanidad– y los adultos no deben de pedir eso de nosotros y nosotras, pues somos muy jóvenes.. Sin embargo, no tenemos otra opción: o nos dedicamos a generar un cambio sistémico y ayudar a nuestras comunidades, o nos resignamos a vivir la insoportable realidad.


Entonces, ¿cómo siguen adelante los jóvenes como yo, especialmente cuando el mundo que nos rodea está ardiendo?

Primero, debemos construir poder y confianza entre nosotros y nosotras, reconociendo que estamos sobre los hombros de aquellos que nos han precedido. Cuando leo sobre los y las activistas mayores y sobre las comunidades de justicia que han estado haciendo este trabajo durante tanto tiempo, veo que no estoy sola en esta lucha. ¿Y quién soy yo para decir que quienes han liderado la lucha por décadas estaban equivocados? No, no soy nadie para decir eso.

En segundo lugar, mientras estamos trabajando para abolir el sistema, tenemos que hacer lo que podamos para reducir el daño. Por eso, voy a la universidad para convertirme en abogada ambiental. Mi objetivo como abogada es minimizar el daño sistemático, pero mi meta como ser humano es eliminar el sistema que normalizó ese deterioro en primer lugar. Estos objetivos coexisten en el hecho de que, en última instancia, su intención es hacer la vida menos infernal para las comunidades marginadas.

En tercer lugar, para resumir las palabras de la poeta y revolucionaria afroestadounidense Angela Davis: Tenemos que creer que podemos transformar el mundo drásticamente, y tenemos que creer eso todo el tiempo.


A pesar de lo que los demás puedan decir, la protesta no es una salida fácil. La ira no es fácil. La asfixia sistemática del cuerpo y el alma saca a relucir estas emociones poderosas y abrumadoras, y es fácil sentirse vencido o nihilista. (Sé que soy culpable de romper en llanto por lo testarudo y obstinado que parece ser el estado).

Pero juntos y juntas, en comunidad, podemos abolir el sistema que nos ha arrebatado millones de vidas. Interrumpir y trastornar el sistema es como cambiaremos el mundo. Si la gente protesta lo suficientemente fuerte, aquellos que no quieren escuchar no tendrán otra salida.

Isabel Valentín is a 17-year-old climate activist from Viejo San Juan, Puerto Rico, who serves as logistics director for U.S. Youth Climate Strike.